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 › Reportajes › Sin categoría › Un cóndor muere en Argentina

Un cóndor muere en Argentina

Iñigo Elortegi 17 mayo, 2013     No Comment    

 

Mucha gente perdió tantas cosas en Buenos Aires en aquellos años. «Con tantas personas perdidas, llorar por las cosas sería como faltarle al respeto al dolor». Eduardo Galeano, 1978. Dolor sudamericano traído por el siniestro Condor. ¿Por dónde vino? Fue Gautemala el primer laboratorio latinoamericano para la aplicación de la guerra sucia en gran escala. ¿Cuando?

Qué fronteras no cruza el silbido

Para covertir las geografías en cárceles.

La violencia había empezado, en Guatemala, años atrás, cuando un atardecer de 1954, los aviones P-47 de Castillo Armas cubrieron el cielo. Luego las tierras fueron devueltas a la United Fruit y se aprobó un nuevo Código del Petróleo traducido del inglés. ¿Habíamos nacido?

Los guerrilleros me lo habían contado.Varias veces habían visto estallar el napalm en el cielo sobre las montañas vecinas (…) A mediados de 1954, los Estados Unidos habían sentado a Ngo Dinh Diem en el trono de Saigón y habían fabricado la entrada triunfal de Castillo Armas en Guatemala.

Hay una paradoja que surge como una crisálida . Entre la ordenada asonada militar franela, los liberales de lino tan ordenados, y los ordenantes socialdemócratas de pana, dónde encontrar el desorden:

El sistema que programa la computadora que alarma al banquero que alerta al embajador que cena con el general que emplaza al presidente que intima al ministro que amenaza al director general que humilla al gerente que grita al jefe que prepotea al empleado que desprecia al obrero que maltrata a la mujer que golpea al hijo que patea al perro.

Esta es la cadena que hace funcionar el reloj cotidiano en la Argentina. Y en ese relog se miran los líderes políticos, sindicales, empresariales, policiales, militares, religiosos, intelectuales. Por supuesto, la burguesía acomodada, la incomodada y también la incómoda. Su tic tac marca el tiempo atrás del país para entrar en su propia desaparición. Una desaparición latinoamericana.

Se ha detenido el tiempo en 1976 para la Argentina. También en los países que viven alrededor y en latitudes muy lejanas. En ellos suena un tic tac siempre igual.

«La razón la tienen unos, pero las cosas las tienen otros»

El Cóndor siniestro sobrevolaba mucho antes de ese 1976 argentino tantos otros países.

Orlando Rojas es paraguayo, pero vive en Montevideo desde hace añares. Me cuenta que unos policías irrumpieron en su casa y se llevaron los libros. Todos: los de política y los de arte, los de historia y los de fauna y flora. En el grupo había un muchacho joven, sin uniforme, que se ponía lívido y chillaba, ante ciertos títulos, como un inquisidor ante el aquelarre.

Un oficial increpó a Orlando

– Ustedes gritan mucho, pero son diez

– Somos diez. Por ahora somos diez – dijo el paraguayo que hablaba muy lento -. pero cuando seamos once…

Se lo llevaron a él también: Lo tuvieron preso y lo soltaron. A la semana siguiente lo volvieron a encerrar:

– Se perdió la declaración.

Lo maltrataron, lo expulsaron del Uruguay. En Buenos Aires la policía lo estaba esperando. le sacaron los documentos

– Tuve suerte – dice Orlando.

Andate – le digo-. Te van a matar.

La Argentina tiene sobre su extensa palma de la mano los pinchos de asonadas militares que habrían de ensangrentarla durante décadas. Corren los años 50. Cúpulas militares se sublevan contra otros clanes militares. El peronismo es una sucesión temporal de sus propios abeles y caínes. En 1956 tiene lugar la fallida sublevación de Valle contra el régimen militar. Ni el pueblo argentino, ni el periodista Rodolfo Walsh que reconstruiría las ejecuciones de inocentes y partícipes en su memorable reportaje «Operación Masacre», saben que el ejército argentino experimenta. Que está poniendo en práctica razzias ideadas y desarrolladas a miles de kilómetros. El Estado Mayor argentino cuenta con asesores franceses que muestran su siniestra guerra sucia en Argelia. Así será cómo el cono sur de América se convertirá en un metafórico apéndice del horror militar que se vive en Africa.

Atravesando la cordillera de la Costa, vimos un gran cartel que proclamaba: «con Frei, los niños pobres tendrán zapatos». Alguien había garabateado, abajo: «Con Allende, no habrá niños pobres». (…) Las cosas no sucedieron como Allende pensaba. Chile recuperó el cobre, el hierro, el salitre. (…) pero los dueños del poder, que habían perdido el gobierno, conservaban las armas y la justicia, los diarios y las radios. Los funcionarios no funcionaban, los comerciantes acaparaban, los industriales saboteaban y los especualdores jugaban con la modena. (…) Faltaba de todo, leche, verdura, repuestos, (…) a pesar de las colas y la bronca, ochocientos mil trabajadores desfilaron por las calles de Santiago, una semana antes de la caída, para que nadie creyera que el gobierno estaba solo. Esa multitud tenía las manos vacías.

Aterrados, encerrados, enterrados y desterrados. Así quedan catalogados cuantos viven en Argentina. Técnica de las desapariciones: no hay presos que reclamar ni mártires para velar.

Vlado Herzog se bañó, se afeitó; besó a la mujer. Ella no se levantó para acompañarlo hasta la puerta.

– No hay nada que temer -dijo él-. Me presento, aclaro todo y vuelvo a casa.

El noticiero de televisión de esa noche salió firmado por él. Cuando la gente vio el noticiero, él ya estaba muerto. El comunicado oficial dijo que se había ahorcado. Las autoridades no permitieron una nueva autopsia.

Vlado no fue enterrado en el pabellón de los suicidas.

El jefe de seguridad pública de San Pablo declaró: «Esta es una guerra cruda, es una guerra desnuda, y es una guerra en la que nosotros tenemos que usar las mismas técnicas que nuestros enemigos, si no queremos ser derrotados. Vamos a almorzarlos antes de que ellos nos cenen».

Aterrados, encerrados, enterrados y destrerrados.

Medio millón de uruguayos fuera del país. Un millón de paraguayos, medio millón de chilenos. Los barcos zarpan repletos de muchachos que huyen de la prisión, la fosa o el ahambre. Estar vivo es un peligro; pensar, un pecado; comer, un milagro. Pero, ¿Cuántos son los desterrados dentro de las fronteras del propio país? ¿Qué estadística registra a los condenados a la resignación y al silencio? El crimen de la esperanza ¿No es peor que el crimen de las personas?

Argentina, 1976. Treinta mil desaparecidos según los grises oficinistas. Jorge Rafael Videla, teniente general lidera la junta militar que derroca a María Estela Martínez de Perón.

¿Y las jaulas invisibles? ¿En qué informe oficial o denuncia de oposición figuran los presos del miedo? Miedo a perder el trabajo, miedo a no encontrarlo, miedo de hablar, miedo de escuchar, miedo de leer. En el país del silencio, se puede acabar en un campo de concentración por culpa del brillo de una mirada (…) la dictadura convierte en cárceles los cuarteles y las comisarías, los vagones abandonados, los barcos en desuso. ¿No convierte también en cárcel la casa de cada uno?

Jorge Rafael Videla muere al resbalar en la celda de una cárcel allá por el año 2013. El cóndor muere en su propia cárcel.

El torturador es un funcionario. El dictador es un funcionario. Burócratas armados, que pierden su empleo si no cumplen con efifiencia su tarea. Eso, y nada más que eso. No son monstruos extraordinarios. No vamos a regalarles esa grandeza.

Los funcionarios se pusieron a crear cárceles, improvisarlas, en los más recónditos huecos de las ciudades. En las mas tercas  llanuras de los campos. Les era más que difícil ordenar debidamente la magnitud de la barbarie marcial. De cada detenido una prisión, un tormento una desaparición sin número. ¡Sin número! De ahí su desamparo.

Tendido sobre el piso de la celda, Jorge Rafael Videla tiene una expresión abrupta. Sufre diversas fracturas. Le cabe el honor de tener identificación.

——-

Las citas aquí aparecidas en cursiva son extractos del libro Dias Y Noches de Amor y Guerra de Eduardo Galeano. Alianza editorial.

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