Manuel es de caminar pausado. A sus 86 años hoy tiene 30 kilómetros por delante. Jesús lleva un chaleco amarillo, yay@flautas Madrid. Es un jubilado más de los nueve millones y medio que hay en España. Bajo el sol de Guadalix, a los pies la sierra madrileña, Manuel avanza con unas cuantas decenas de pensionistas más camino de Madrid. La mayoría de ellos salieron hace veinte días de Bilbao en una columna a la que se han sumado pensionistas de otras provincias. Otra columna salida de Cádiz coincidirá con ellos en Madrid camino a la residencia del presidente del gobierno español. Bajo el sol de Guadalix Jesús y los suyos portan banderas vascas, asturianas y catalanas por la llanura y las planicies. Yo he venido con otros pensionistas venidos de Bilbao a sumarme a su encuentro en el pueblo de Pedrezuela, a escasos cuarenta kilómetros de donde reside el presidente del país.
Este sol férreo del 11 de octubre se atempera por el frescor seco del aire que baja de la sierra madrileña. Alerces y encinas requiebran la antigua carretera N-627 que une Guadalix con Pedrezuela. El pantano que aparece a los pies de la carretera se muestra famélico. En la lontananza, más allá de bosques encineros, la estepa castellana agreste e inmensa salpicada por minoritarias ínsulas de madroños o encinas.
Hubo un día impreciso en el que miles de pensionistas dijeron no. Nacieron allí y entonces los yayoflautas. El tiempo se paró. Y el país comenzó a mirar a esta multitud de abuelas y ancianos con un disimulado asombro y una cínica complacencia. El suyo comenzó con un grito contra la estrategia del avasallamiento. Expertos, responsables gubernamentales y replicantes mediáticos avanzaban el final de las pensiones. El gobierno hubo de admitir, con la adusta autosuficiencia del burócrata, que la caja común de las pensiones estaba vacía, y que se recurría a ella para otros menesteres financieros del estado. La prosa de las personas mayores, de renglón tranquilo y callado en los bancos de los parques o en las puertas del colegio para recoger a nietos, se tornó en una poesía en voz alta hasta convertirse en rap. El rap de las personas pensionistas.

La autopista, con su sanguíneo pulular de mercancías y personas, se antoja, mientras viajamos hacia Madrid, un caleidoscopio de España. La mayoría de camiones son extranjeros, desde mercancías hasta logística. Las escasas empresas situadas a ambos lados de la autopista llevan nombres de compañías de capital europeo. Esto se traduce en que el sector alimentario español y otros productivos han sido enajenados a multinacionales. El control del comercio exterior, transporte, turismo y el mercado de bienes de consumo, también. La moneda española está subordinada desde hace décadas a las decisiones del banco central de alguna potencia. Mientras veo todos estos camiones alemanes, europeos, portugueses algunos, pienso en el presidente del gobierno español. Pienso también en España. Jacques Delors, comisario europeo en 1989 revelaba el papel que habría de desempeñar España como la Andalucía de Europa. Aquel atroz y deliberado designio me parece contemplarlo, como una ola que se desploma, en esta autopista que lleva hasta Madrid. España es una luna con dos caras: un paraíso europeo de salarios bajos, servicios de sol, y despensa frui hortícola; un páramo inmenso de trabajadores de un mundo industrial que desaparece. Una pregunta insolente pregunta sale casi sola: para qué sirve el estado en España, y para qué el mismísimo presidente del país. Los nueve millones y medio de pensionistas trabajaron, con salario o sin él, cuarenta y cinco años de su vida. Vivieron más bien para trabajar. Y ahora que no trabajan, malviven con sus pensiones. No ha sido poca la riqueza que han dado al país. Y no es exigua la espartana malvivencia que este les devuelve. Por eso estas abuelas y ancianos se han convertido en el bufón incómodo, en la piedra en el camino, insignificante pero que puede causar un esguince al gobierno. Y el gobierno no está siquiera para torceduras de pie. Por eso, el presidente Sánchez, a la vez candidato ha soltado un guiño vocifero de tendero en día de mercado, anunciando que si gana las elecciones, se subirán las pensiones el IPC. Pero esas abuelas y ancianos, como Manuel con sus 86 años, siguen firmes su paso hacia Madrid.
Los autodenominados yayoflautas, como Manuel, surgieron en el tumulto del 15M español, una primavera que impugnó en sus primeros días el régimen del 78 que gobernaba y gobierna tantos años después España. Los abuelos y las ancianas pensionistas también salieron a ocupar las plazas aquel mayo de 2011. Reivindicaban lo que hoy, pero pincelando una escena de un episodio nacional. Eran, y continúan siendo, el sostén familiar de sus hijos porque estos no llegan a fin de mes. Estos hijos que viven para trabajar, como sus padres, lo hacen a partida doble. Los dos salarios de una madre y un padre de familia de clase media, a diferencia de hace treinta años, no llegan para sostener una familia de cuatro personas. Hace treinta años, un salario de quien trabajara en la pequeña industria de montaje o metalurgia podía sostener a una familia de seis miembros, como era el caso de mi familia. El episodio nacional lo cierra un dato solemne. A la hora en que los pensionistas arriban a mi encuentro, o yo al de ellos, están registrados el mayor número de personas afiliadas a la caja común de la seguridad social. Son diecinueve millones y medio de personas.
El paraje de Pedrezuela es casi un vergel en la baja planicie de la serranía madrileña. Mi encuentro con esta pequeña multitud de pensionistas es algo más que un encuentro metafórico entre generaciones. Son quienes conocieron el trabajo estable, los convenios laborales progresivos; yo soy hijo de un tiempo donde el sistema productivo ofrece poco trabajo, des localizado, intermitente y crecientemente precario. Y mientras veo el páramo que supone el campo inmenso madrileño, pienso que hay otras tres Españas, aparte de otras muchas. La España que maltrabaja y malvive con menos del salario mínimo de 900 euros al mes; la que vive holgadamente con más de 1.900; y la España pensionista con 780 euros de media. Hay dos Españas frente a otra. A las 12.35 del mediodía me encuentro con las abuelas y los ancianos de una de esas España en el kilómetro 6 de la Nacional 627.
– Nosotros somos los jóvenes de ayer
Le dice Roberta a un reportero de Tele Madrid que viene con ellos. Jesús, de 86 años es de los primeros del convoy. Tras él desfila un centenar escaso de pensionistas. El paso de Jesús parece sincopado, pero constante. Unas playeras negras muy ligeras, una visera azul cubre su cano y recio pelo y un chaleco amarillo de yayo flauta encima de una camisa de verano roja. Una mujer me dice de Jesús
– Qué te parece. Hay que quedar con él media hora más tarde, porque llega a todas partes media hora antes.
El paso de Jesús y el centenar de personas casi tras él, en este entorno castellano de campo es una estampa machadiana. Un camino hacia el presente recuperando un pasado. Javier, más adelantado recibe la llamada de algún periodista:
– La cuestión es que se está lanzando el mensaje de incertidumbre sobre las pensiones; la inviabilidad de las pensiones es falsa. La Constitución, ahora que todos se ponen tan constitucionalistas, garantiza que existan pensiones dignas para todosy que se revaloricen.
Lo cierto es que en España los derechos se están torciendo. Y esta marcha y la que salió de Cádiz y que llegará en un par de días a Madrid son la prueba. Un hombre me cuenta el estupendo recibimiento que han tenido en todos los pueblos los pueblos pequeños de Castilla y León donde han pernoctado en polideportivos o escuelas. “de tanto comer, estoy con más kilos de los que salí”. En Pedrezuela, que ya divisamos, varias personas reciben la columna con unas
Rafael Turnes, alcalde de Podemos Somos pedrezuela.-pancartas caseras. “Gracias por vuestro esfuerzo., por la lucha por todos”. Suenan cohetes. La columna, con Jesús al frente comienza el cántico de lemas que no cesarán hasta llegar a la plaza del pueblo
– ¡Si, Si, Si. SI hay dinero, lo tienen los corruptos y los banqueros!
– Esta batalla la vamos a ganar. Así, así, así, hasta Madrid
Un policía municipal sale al encuentro para custodiar la entrada al pueblo de la columna. Un pensionista le dice que una furgoneta que lleva el avituallamiento de la columna estacionará en la plaza. “No hay problema, están ustedes en su casa”, responde el policía.

Al encuentro de la columna que camina ya parapetada tras una pancarta con la que entrará en el pueblo, sale el alcalde de Pedrezuela, Rafael Turnes. Este joven de perilla cana es de los poquísimos alcaldes de Podemos en todo Madrid. En este pueblo de 6.000 habitantes, nos cuenta, concurrieron con una plataforma vecinal, también de los pocos sitios donde Podemos decidió apostar por concluir en marea. Podemos Somos Pedrezuela gobierna con el PSOE. En la vida apacible de este pueblo la llegada de la columna norte de los pensionistas es todo un acontecimiento. Y es un acontecimiento político que el alcalde comprende y apoya. Pero a nadie se le escapa que sea precisamente él, el único de la corporación que sale a recibir a los miembros de la columna. La nueva política que enarboló Podemos como bandera en su irrupción en 2014 se ha atenuado con un baño frío de realpolitik. Su pacto regional con el PSOE y el intento de conformar un gobierno con él, están dejando en la gatera muchos más pelos de los que el tiempo ya viene soltando en la menguante organización morada.
En la plaza de Pedrezuela una inmensa paella será el plato del día para buena parte de la columna que llega pasadas las 13 horas, con Jesús a la cabeza. En el pequeño bar que se enclava junto a una iglesia evangelista, se aderezan las mesas para una boda. Los novios, jovencísimos, observan sorprendidos esta pequeña marea de chalecos amarillos. Esa sorpresa me hace recordar esas palabras de una pensionista hace casi hora “somos los jóvenes de ayer”. Y estos jovencísimos asombrados no en lo más piensan en lo más mínimo que serán los mayores de un mañana. Alguien propone a la novia, una morena espigada vestida de un blanco modesto, hacerse una foto con los pensionistas. Rehúsa. Miren, una pensionista con la que he venido desde Bilbao resume la escena: “pobre, es demasiado joven. No sabe que podría tener un recuerdo de este día memorable”.
La tarde cae a plomo sobre Pedrezuela. Una mujer que se ha hecho un pitillo viene a felicitarnos por haber venido desde Bilbao. Le explicamos que lo hemos hecho en furgoneta. Ella no es pensionista, sino una trabajadora de una empresa semipública del ayuntamiento de Madrid que no paga los salarios desde septiembre. En Madrid, dice, son multitud las huelgas en curso. El mapa de contrataciones encubiertas y de precarización de servicios abarca toda la comunidad. Viene de lejos. Parece la lontananza que dejan estos abuelos y estas ancianas a sus espaldas enfilando un Madrid que no es sino un fiel reflejo, la contra aspiración de esta pequeña multitud de pensionistas.
Nos despedimos de esta gente que a media tarde se dirige al polideportivo donde se ducharán y pasarán la noche. Nos despedimos de esta mujer en lucha. Dejamos Madrid, sus alrededores, con un buen número de luchas comenzadas. Puede que a falta de mayores aproximaciones, España puede ser una confederación de luchas a medio comenzar o mal terminadas. En el alto de Somosierra, Patxi, el conductor en nuestro viaje, recuerda que hasta aquí subían de Madrid los milicianos anarquistas sin más arma que un ruinoso máuser para defender la capital. El tiempo no salva sino que sella ese voluntarismo artesanal con ochenta años de diferencia.
En la emisora ultra conservadora es.radio, el locutor Luis Herrero arremete contra el ministro del interior por no apoyar con suficiente lealtad a la guardia civil. En un boletín informativo, una última hora desde el mausoleo del Valle de los caídos donde reposan los restos del dictador Francisco Franco. La guardia civil ha cerrado el acceso, en vistas de la exhumación que tendrá lugar el 24 de octubre. Iñigo Errejón, cofundador de Podemos y ahora al frente de un nuevo partido a su imagen y semejanza, avanza parte de su programa electoral. En este caso, entre otras, la propuesta de eliminar progresivamente los vuelos aéreos por trenes de alta velocidad, y trabajar 32 horas a la semana para, entre otras beneficencias, “comer mucho mejor”. De la llegada de la columna de pensionistas a Madrid, ninguna cadena de radio habla en esta noche ya cerrada. Son dos oscuridades juntas. En las horas anteriores el presidente en funciones Pedro Sánchez avanzó el aumento de las pensiones un 0,19% en el mes de diciembre. La columna norte de pensionistas arribará al día siguiente a Madrid donde coincidirá con la columna sur salida de Rota. Y aún así, el camino no acabará ahí.