En medio de un espeso humo, resuenan las balas de goma que los policías disparan desde los tejados. La muchedumbre se mueve con la lenta calma de las tinieblas. Ataviados con cascos, improvisados chalecos acolchados para repeler las balas de goma y las de verdad, enfundados en mascarillas contra el gas infernal, se mueven como espectrales sombras. Buscan las mejores esquinas a salvo de las balas, pasan frente a las tiendas desoladas por un huracán de ira, y giran hacia las calles del vecindario Midway, en St. Paul, donde de algunas casas salen azules llamaradas. Minneapolis es un feretro ardiente mientras el cuerpo de George Floyd muerto a manos de un policía aún está caliente.
Las horas raciman esta ciudad de cráteres estancos. Por la mañana, cientos de guardias escrutan marcialmente las principales calles. Llegaron hace días en convoyes para restablecer el orden anterior, pretérito, angosto y criminalmente tenso. Murió un negrata más. A manos de un policía más. Las noches se tornan un chillido infinito en medio de plegarias no atendidas.
La diferencia entre la superficial apariencia de esta ciudad y su real angustia interna no puede ser más violenta. La rigen un joven alcalde liberal blanco y un jefe de policía negro. Un equilibrio tan irreal como una estampita promocional de cualquier secta religiosa.
Un negrata más, un negrata menos.
El alcalde denunció la muerte de George Floyd y pidió una investigación sobre «sus causas». Al de pocas horas, cuando la ciudad daba cuenta de «las causas» en forma de totémicas hogueras levantadas desde el barrio obrero del sur hasta casi los del norte, pidió que la Guardia Nacional entrara en la ciudad.
Una marea ocupó en la rosácea noche del 25 de mayo la acera donde policías derribaron al suelo a George Floyd y después uno de ellos oprimió con su pierna el cuello hasta causarle la asfixia mortal. La misma tarde, una protesta desembocó en un diálogo inacabado de gases lacrimógenos que proseguiría las noches siguientes con el incendio de tiendas y edificios. El último grito en las noches sin término tuvo lugar el jueves por la noche. En esa noche segregada, la multitud prendió fuego al edificio de la comisaría de policía.
George Floyd es el quinto negro muerto a manos de la policía en Minneapolis desde 2018. En solo uno de los casos, un policía hubo de enfrentarse a cargos.
Claudia Rankine narra en su monumental libro poético Ciudadana, editado por Pepitas de calabaza y traducido por Raquel Vicedo:
«En la punta de la lengua una nota tras otra es otro camino, otro amanecer donde el cielo rosáceo es el silencio inyectado en sangre del fustigado, del insomne, del afligido, del inconsciente. Esos años míos y de mis hermanos, y los de antes, los años de las travesías, de las plantaciones, de las migraciones, de las segregaciones de Jom Crow, de la pobreza, de los barrios marginados, de los perfiles raciales, de uno de cada tres, de cada dos trabajados, chico, eh chico, todos un delito grave, se acumulan en las horas dentro de nuestras vidas de las que todos colgamos, la soga dentro, el árbol dentro, sus raíces son nuestras extremidadedes, la garganta rebanada, y cuando abrimos la boca para hablar, flores, oh, flores, no hay cielo azul, hermano, querido hermano, solo tristeza, más o menos»
Claudia Rankine explora el lugar donde el racismo habita con más fuerza incluso que en el de la violencia policial. Es en el lenguaje, en el vivaz lenguaje cotidiano que escupe su dominio luminoso. Pero luego estan los datos que tienen su propia herida, deslumbrante y profunda. La barriada donde más afroamericanos viven está fracturada urbanamente desde que una autopista la partiera en los años 60 en pos del progreso. A pesar de ser cerca del 13% del total de la población, los aframericanos son más del 30% de las víctimas del coronavirus en Minneapolis. El ingreso promedio de los hogares negros es menos de la mitad que el de las familias blancas. Mientras que el 75% de los blancos son propietarios de una casa, solo lo son dos de cada diez negros.
En las noches en llamas de Minneapolis también se ha consumido el sueño de la igualdad buecada a través de repetitivas reformas. A escasas cuadras de los barrios más pobres, se levantaba un bloque con casi doscientas viviendas para gente con «pocos recursos», la mayoría para familias negras. Fue quemado como un mal sueño, llevándoselo la noche de las promesas norteamericana.
«Aunque una parte de todos los recuerdos, una medida de toda la memoria, sea respiro, y para respirar tengas que establecer una tregua…
una tregua con la paciencia de un estetoscopio» (Claudia Rankine, Ciudadana, Pepitas de Calabaza, noviembre de 2019 traducido por Raquel Vicedo)