El presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, comparecía como testigo ante un tribunal que investiga la financiación ilegal de su partido cuando él era su secretario general. Tertulianos, abogados y otros ilustrados veían al espartano presidente correr el riesgo de caer en el filo de la navaja: incumparse ya que estaba obligado a decir al verdad. Más gallego que ninguna otra cosa, inclusive el patrio ardor, Mariano Rajoy hizo la del pulpo a la gallega: aceitoso y pimentonero. Eso y el relativismo en el que nada es nada excepto la nada que lo es. Oiga usted, yo respondo, como buen hijo de vecino, a los mensajes que mandan. Un tesorero en la cárcel me envió uno y yo le respondí. Eso no quiere decir nada. Es interpretable. Usted interpreta de una manera, yo de otra, oiga usted. Le dije: Luis, lo entiendo sé fuerte.
– ¿Qué entendía señor Rajoy?
– Es una manera de hablar. Yo no hice nada.
– No se puso en contacto con él?
– No.
Pero el presidente sí hizo. El 6 de marzo de 2013 era un día como un plato, no como un vaso. Liso de luz. Mariano Rajoy llamó al tesorero luis Bárcenas. Fue una llamada sin respuesta. Hubo más intentos. Una mentirijilla como un plato, una verdad como un vaso que se va colmando. Hay un segundo mensaje. Abril de 2013: «Hacemos lo que podemos». ¿Es Rajoy un incipiente faraón del podemismo? Oiga usted, yo hago lo que puedo y usted hará lo que pueda, y el pescatero hará lo que pueda, y Al capone hará lo que pueda.
Pues va a ser verdad que en España, sí se puede. Trincar donde no se pone el sol. Ni los platos ni los vasos.