El director Alejandro Amenábar lleva a cabo en su film Cautivo un espectáculo de silogismos en un Circo del Sol. Una hipótesis, la homosexualidad de Miguel Cervantes, es lanzada por trampolines sin red, una y otra vez, hasta caer al público. La hipótesis, o barrunto, no desemboca en tesis, sino en suceso accidentado. En consecuencia, en Cautivo no hay historia que pueda narrarse, más allá de las relaciones sexuales que el director en ejercicio de su libertad de recreación viene a inventarse entre Cervantes y su captor el gobernador de Argel en 1575. Amenábar ha reconocido que se ha visto en la obligación, como homosexual, de reivindicar a un Cervantes también homosexual que él ha descubierto en “un montón de libros”.
El “descubrimiento” de Amenábar lo explica uno de los personajes de la película. En 1568, antes de caer preso tras la batalla de Lepanto, Cervantes tuvo un duelo contra un tal Antonio Sigura que lo acusó de recibir lecciones de curas humanistas, el padre Juan López de Hoyos entre ellos, a cambio de favores carnales. Tras el duelo, Cervantes hubo de huir a Italia. Lo cierto es que no se conservan legajos de los motivos del duelo. Pero es a raíz de este episodio y hasta llegar al gobernador de Argel, Hasán Bajá, donde Amenábar traza la línea argumental de su película.
Argel, urbe enorme en 1575 que cuenta con más 200.000 habitantes, pertenece al imperio otomano. Es una babel del comercio de esclavos de todas las razas y confesiones infieles. Amenábar la presenta como un relajado oasis de heterodoxia sexual y cultural. La película muestra a cristianos españoles que han renegado de su fe y que viven comerciando con sus cuerpos o viviendo al fin su homosexualidad en un ambiente de permisibilidad moral. En la cúspide, el gobernador Hasán Bajá, tan hedonista como cruel, avaro e infiel al Islam ortodoxo que representa.
El relato cinematográfico en Cautivo está únicamente en los créditos. Donde reza que el guion está escrito por Alejandro Amenábar. Ahí empieza la película y a continuación acaba. No hay historia que contar ni personaje al que descubrir. Se trata de deconstruir con un tamiz posmoderno incluso lo que de su cautiverio sabemos porque así lo reflejó en destellos en el propio El Quijote. La hipótesis es: Cervantes debíó ser homosexual. Y la consigna es proyectar un Cervantes queer.
El meollo de este embrollo se haya aquí. La legitimidad de la posibilidad de la homosexualidad de Cervantes, sirve para su contrario. Es decir, considerar un deber deconstruir al Cervantes excesivamente heteropatriarcal y añejo. Evidentemente, como no hay historia que contar, la película es una sucesión de gags y personajes sin esquinas sicológicas ni trascendencias morales o políticas. Tiene un montón de historias que contar Amenábar: los cautivos son potentados españoles, es decir, señores y no miembros de la plebe. Pero todos los personajes quedan atravesados por el eje de la identificación sexual: los malos, quienes no aceptan las relaciones homosexuales; los buenos, los que sí, aunque sea inverosímil.
El guion juega con el pudor woke y la culpa del espectador. Le obliga a ver como creíble o incluso veraz una ficción fallida porque no abrirse a la posibilidad de un Cervantes homosexual puede ser un acto de micro homofobia personal.
Amenábar almibara, dilenta y trivializa al Cervantes cautivo. Juega burdamente con el tiempo. Y con el espacio: debe sacar a Cervantes de las mazmorras inmundas y escorbúticas en las que realmente permaneció para situarlo en un patio con fuente diaria con el resto de presos donde tienen hasta biblioteca a la que llegan incluso ejemplares prohibidos por la Inquisición y no digamos los turcos. El patio de presos está contiguo a los salones de Hasán Bajá con el fin de poder situar a los dos futuros amantes en una proximidad espacial posible.
La subjetividad contemporánea a flor de piel y la artillería posmoderna establecen que todo es un constructo cultural: nada es verdad ni mentira, ni cruel ni bondadoso. Es curioso que esta banalización de todo se manifiesta en una buena ristra de populismos de todísime (sic) totalismo. Es la inquisición que hubo de sortear Cervantes para publicar su liberta y libertaria obra de El Quijote.
Por supuesto que existe el derecho a pensar a Cervantes. Hay un deber de repensarlo. Cuántas cosas malas y horrendas dejarían de existir con solo leerle un poco. Cuánta lumbre penetra en quienes se sumergen en esa sutilidad. Lástima que esta no haya sido ocasión. No desespere amigo director, que vuesa merced vislumbrará las baratarias libertarias que habrá de dejarle el verdadero viaje. Si vuesa merced se lo propone. El buen Sancho, Dulcinea y demás famélicos le animamos a perseverar.
