«La Cheka trabaja día y noche. Nosotros también somos eso. Se trata del lado implacable de nuestro rostro. Nosotros, destructores de cárceles, liberadores, liberados, presidiarios de ayer, a menudo marcados indeleblemente por las cadenas, nosotros que vigilamos, incautamos, detenemos ¡Nosotros, jueces, carceleros, verdugos, nosotros!»
Victor Serge. Ciudad conquistada.
«La revolución revela una cara falsa que ya no es la suya. Se refuta a sí misma, se niega, nos quiebra, nos mata»
Victor Serge. Medianoche en el siglo
Muchos críticos del siglo XX compararon al revolucionario y literato Víctor Serge con Koestler, Orwell, o Camus. Serge sabía mejor que sus contemporáneos interpretar las esperanzas, el terror y la derrota que marcó la vida del siglo XX y la suya dedicada a la resistencia y la revolución. Y supo también con antelación vislumbrar el totalitarismo homicida en que muy pronto se convirtió la revolución rusa. La vida de Serge abarcó la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa con sus secuelas, y el ascenso de los fascismos de Mussolini, Hitler, y Franco. La revistaThe New York Review of Books ha editado Cuardernos 1936-1947 con material recientemente descubierto,que cubre la última década de la novelesca vida de este autor sin igual que acabó sus días como un mendigo en Ciudad de México.
Victor Lvovich Kibalchich nació en Bruselas en 1890, Era hijo de empobrecidos intelectuales que habían huido de la Rusia zarista. Uno de sus parientes, el químico Nikolai Kibalchich, había fabricado la bomba que mató al zar Alejandro II en 1881. Kibalchich fue ahorcado.
En su adolescencia, Serge se sintió atraído por el anarquismo. Después de mudarse a París, se unió a la banda de Bonnot, dedicada al robo de bancos. En un encuentro con la policía, Serge fue arrestado y encarcelado en la prisión de La Santé. La policía le ofreció una recompensa a cambio de ofrecer los nombres del resto de la banda. Serge se negó y fue condenado a cinco años de prisión por conspiración. En su puesta en libertad, en 1917, fue a Barcelona. En la ferviente ciudad catalana le llega la noticia de la revolución rusa. En España, los trabajadores de las fábricas y los sindicalistas se regocijaron por el triunfo de la revolución en Russia, y el recién creado Comité de Trabajadores preparó una huelga general revolucionaria. Las milicias fueron organizadas por trabajadores en Barcelona y los sindicatos iniciaron discusiones con la burguesía liberal catalana, con el objetivo de deshacerse de la monarquía de Alfonso XIII, pero el movimiento insurreccional, aislado geográfica y políticamente, fue derrotado.
A Serge le costó un año y medio llegar a Rusia, previo paso por un campo de concentración en Francia acusado de conspirador. Cuando entró en Petrogrado en enero de 1919, el hambre y el tifus se habían apoderado de la ciudad. En la sede del partido bolchevique, el comisario local de asuntos exteriores le preguntó: «¿Qué están diciendo sobre nosotros en el extranjero?» «Dicen que el bolchevismo es igual al bandidaje». «Hay algo de verdad en eso. Lo verás por ti mismo», respondió el comisario. Serge, transmite brillantemente en su libro El primer año de la revolución rusa – editado en castellano por Traficantes de Sueños – el estado de ánimo febril de los primeros meses de la revolución. La esperanza y la desesperación vaticinadora se mezclan a partes iguales en sus páginas. Serge sostiene, como lo hizo una minoría de revolucionarios que acabó siendo exterminada, que si los medios tienen poca o ninguna relación con los fines, los medios se convertirán en los fines. Serge se negó a poner su pluma al servicio de nadie o moderar sus opiniones. Durante la mayor parte de la década de 1920, trabajó para el Comintern, apoyando las quejas de Lenin sobre la creciente burocratización del partido bolchevique
Después de la muerte de Lenin, Serge se convirtió en partidario de la oposición de Izquierda liderada por Trotsky. Como represalia, en 1933 fue deportado a Orenburg, cerca de la frontera con Kazajstán. La noticia escandalizó en París, donde la izquierda francesa lo conocía como un gran defensor de la Unión Soviética. André Gide intercedió en su nombre y Romain Rolland habló directamente con Stalin, quien liberó a Serge en 1936, autorizando su expulsión de la Unión Soviética. Serge, junto con su primera esposa e hijos, se exilió nuevamente, primero en Bélgica y luego en Francia.
Habiendo salvado la vida él mismo, muchos de sus compañeros fueron ejecutados durante los llamados juicios de Moscú, que más tarde describiría con un resplandeciente desaliento en El Caso Tulayev – editado por Capitán Swing – y Medianoche del siglo. Aquí la prosa de Serge está hundida en una desesperanza nevada. Serge describe las confesiones arrancadas a imaginarios enemigos internos. Destaca el lenguaje ofuscado y lascivo de la nomenklatura estalinista y los métodos inquisitoriales utilizados por los comisarios para obtener condenas a muerte en tropel. Serge consideraba que aquella deriva se debía a la obediencia ciega en el partido bolchevique y su guía, en la aceptación inmisericorde de sus más terribles errores o meridianos aciertos. Era la «abdicación de las conciencias frente a una fiesta que había perdido su alma».
Tras su deportación,en 1936, y ya en Francia, Serge comenzó a escribir artículos y folletos denunciando el totalitarismo y las ejecuciones en Rusia. En Occidente, las críticas a Stalin fueron acalladas por la izquierda que creía necesario un pacto en aras de vencer al fascismo emergente en Italia o Alemania. Serge se vio obligado a ganarse la vida como corrector de pruebas para los mismos periódicos socialistas que rechazaban sus artículos. La obra de Serge, como entonces la de George Orwell, se daba de bruces contra el muro contumaz de la intteligentsia intelectual. Si bien ambos autores fueron lejanos compañeros morales, Orwell consiguió al menos un editor que ,publicara sus obras.
A pesar de sus desacuerdos, Trotsky siguió siendo amigo y mentor de Serge. Victor traduciría sus ensayos al francés mejorándolos en el camino. Los agentes de Stalin finalmente alcanzaron a Trotsky en la Ciudad de México en agosto de 1940. El mundo era pasto de la barbarie. Alemania había invadido Francia. Serge y su hijo lograron embarcar en el último barco que salió de Marsella. El largo y agotador viaje por mar que terminó, meses después, en Ciudad de México proporcionó tiempo suficiente para escribir. Los cuadernos ahora publicados contienen descripciones vívidas de la costa mientras el carguero lleno de refugiados bordeó la costa norteafricana y se dirigió hacia Martinica. André Breton estaba a bordo; también Claude Lévi-Strauss. Serge retrata a escritores y políticos franceses y soviéticos, y descripciones de otros pasajeros, y a un grupo de cineastas y emigrantes bien vestidos con dinero en efectivo que emiten aires como si estuvieran en un café en la orilla izquierda’ del Sena. Breton y Lam descansan en la cubierta superior, mientras Jacqueline Lamba, la esposa de Breton, «toma el sol casi completamente desnuda y desprecia el universo que, al ignorarla, la irrita».
Serge llegó a Ciudad de México un año después del asesinato de Trotsky. Observando la guerra desde su exilio, escribió en sus Cuadernos sobre el aniversario de la revolución: «Aniversario sombrío de octubre. Leningrado y Moscú sitiados, Rostov perdido, Crimea invadida. Cuán distante estoy, a pesar de mí mismo, de la pesadilla rusa. Y por primera vez, trato de imaginarlo como algo abstracto. De lo contrario, sería intolerable».
La pesadilla para Serge continuó en México. Como le ocurriera en Francia,la prensa de izquierdas controlada por Moscú se niega a publicarle. En una reunión, al intentar hablar, fue atacado por matones del Partido Comunista.
El 15 de mayo de 1946, un año antes de su muerte, sufrió lo que pudo haber sido un ataque cardíaco leve. «De repente me atrapó uno de esos hechizos opresivos que me han estado golpeando muy frecuentemente en los últimos tiempos, y que me debilitan en una medida angustiosa», escribe en sus Cuadernos . ‘Mi corazón comienza a latir fuerte e irregularmente, una ansiedad psicológica . . . en la parte superior, más a la izquierda me parece, y siento un vértigo tan fuerte que se me sube a la cabeza que temo caer. Ppermanecer erguido se está volviendo imposible ».
«La idea de la proximidad de la muerte, que aparece más claramente que en otras circunstancias similares recientes, no me causa miedo ni miedo, y ni siquiera es un obstáculo real en mis actividades diarias. El obstáculo es físico y grandioso: tengo miedo de deambular al azar, sin saber si el mareo aparecerá inesperadamente. Me siento en un estado de preparación, listo para partir, simplemente para desaparecer. No sin esfuerzo, pensé que había alcanzado este estado de calma en la prisión interna de la GPU en Moscú en 1933, cuando imaginé mi ejecución. En ese momento creía que lo había logrado, pero fue una calma más superficial que profunda.
«Ahora, ya sea por el desgaste de la vida o por una serenidad más segura (con su profunda dosis de desesperación), mi disposición es más segura. Lo suficiente, en cualquier caso, para que no sienta ninguna ansiedad obsesiva y no haya perdido el gusto por algo que amo: aquellos cercanos a mí, la vida, las ideas y el trabajo… un apego sensual a la vida, incluso en sus detalles, su cotidianidad, una curiosidad incesante sobre la tierra y las ideas (…) El deseo de ver mejores días, o al menos el comienzo de mejores días»».
Serge fue un hereje para la izquierda. Silenciado porque fue fiel a una revolución que por contra no fue fiel al principio liberador y humanista que guiaba a Serge. Murió en un taxi en Ciudad de México. Tenía 56 años. Su chaqueta estaba deshilachada. Sus zapatos tenían agujeros. Su cuerpo no identificado yacía sobre una losa en la estación de policía donde su hijo lo encontró. Había dejado un poema:
Una noche llena de estrellas, una oscuridad llena de ti:
para poder amarte tenía que entender este mundo
y antes de poder entender el mundo, tenía que amarte.
En los Cuadernos, el novelista franco-polaco Jean Malaquais pregunta a Serge «¿Y Stalin, crees, no era un traidor? Haber masacrado al partido de Lenin, haber hecho de la Revolución Rusa lo que se ha convertido, ¿no es eso traición?» Serge responde:
«En términos polémicos, tal vez .. Pero no me gustan los términos polémicos que violentan la verdad. En mi novela, creo que presenté un retrato psicológico preciso de Stalin. No rompió la fe, cambió, y la historia prosiguió: lleva la pesada carga de una personalidad mediocre y poderosa. Él cree en su misión; se ve a sí mismo como el salvador de una revolución amenazada por ideólogos, lo idealista y lo irreal (recuerde el desprecio de Napoleón por los ideólogos). Luchó contra ellos como pudo, con su complejo de inferioridad, sus celos, su terror a los hombres superiores a él y a quienes no podía entender. Los echó del camino por los únicos métodos que tenía a su disposición: terror y mentiras, los métodos de una inteligencia limitada gobernada por la sospecha y puesta al servicio de una inmensa vitalidad. Se hizo a sí mismo y las circunstancias lo convirtieron en el líder, la figura simbólica de una vasta nueva formación de parvenus de la revolución; testarudo, duro, sin escrúpulos, aferrándose al poder, viviendo con miedo y pánico y afirmando encarnar la revolución victoriosa. En realidad, encarnaron un nuevo fenómeno que la teoría socialista nunca predijo: el estado económico totalitario, una cultura demasiado débil para permitir la libertad individual, y por lo tanto destinada al pensamiento dirigido por el estado. Pensamiento dirigido significa al mismo tiempo confianza absoluta en uno mismo, confianza material y miedo a uno mismo, conciencia de la propia debilidad»
(Tariq Ali escribió para New York Of Books el grueso de donde hemos extraído parte de este artículo)