¡Esta niña parece tonta!. ¡Está siempre en las nubes!. Esa niña era yo, y sí, estaba siempre mirando hacia arriba, aunque no exactamente a las nubes sino a los árboles, en busca de sus habitantes, los pájaros. Yo era una niña de ciudad así que mis conocimientos de ornitología se centraban en patos, gorriones y palomas. Pero cuando el tiempo lo permitía la familia salía de excursión, al campo. Recuerdo a mi padre con los prismáticos y una escopeta cargada de perdigones, pero que no cunda el pánico, nunca le vi disparar a ningún pájaro, mi hermano mayor y él se dedicaban a tirar a las ramas de los árboles y yo, mientras tanto, miraba hacia arriba y escuchaba atentamente. Siempre creí que el juego favorito de los pájaros era el escondite y que me necesitaban a mí para divertirse, porque mira que es difícil descubrirlos aunque estén justo cantando sobre ti. Pensaba entonces que se reían un poco a mi costa. A veces le pedía los prismáticos a mi padre, que me los dejaba en contadas ocasiones y por un tiempo mísero. Sin embargo, mi hermano el mayor tenía el privilegio hasta de llevarlos encima. Parece mentira, pero un objeto como aquel en aquellos años se consideraba más masculino, así que a fastidiarse.
Cuento todo esto porque estos días he estado imbuida en la lectura de Volar de Henry D. Thoreau. En mi tierna juventud había leído Walden o la vida en los bosques, un libro de culto por aquel entonces. Volar es una recopilación de diferentes diarios de Thoreau sobre las aves, escritos desde 1837 hasta 1861. Su escritura es ágil y cercana. En ningún momento sientes que la sabiduría de este hombre caiga sobre ti como una losa, sino mas bien te va arropando poco a poco como si fuera una ligera manta hecha de plumas de diferentes pájaros. Todos ellos tienen nombre y apellido. Es decir no existen los gorriones en general sino el gorrión corona blanca, el gorrión garganta negra o el gorrión zorro. Con las golondrinas lo mismo; golondrina andorina, golondrina púrpura, etc. Por sus páginas desfilan cientos de aves: arrendajos grises, carboneros cabecinegros, esmerejones, barnaclas, tordos sargentos, tiranos orientales, jilgueros, rascadores zarceros, pardillos sicerines… Pocas veces utiliza sus nombres científicos, cosa de agradecer. Juega a traducir los sonidos de los diferentes habitantes alados del bosque: ju-juu, ju-re-ju, jau-der-du, buju-buju. Hay recuerdos para los pieles rojas, añora las praderas que imagina salvajes y a sus antiguos habitantes, frente a la mansedumbre del paisaje rural colonizado que ahora contemplan sus ojos, porque como él dice lo que llamamos salvajismo no es mas que una civilización distinta de la nuestra, incluso hay un recuerdo cariñoso para Sancho Panza como filósofo, sabio y estúpido a la vez.
Espera siempre con anhelo la llegada de la primavera porque el invierno se lleva con él los trinos. El canto del azulejo o el croar de las ranas le dicen que ya ha llegado. Para él la vida del hombre parece lenta y enclenque-reptiniana- cuando se la compara con la de las aves.
A veces me recuerda a Whitman (contemporáneo suyo) con esa poética vital y exaltada sobre la tierra norteamericana, solo que en Thoreau toma calma y se transforma en observación placentera y real.
La poesía del movimiento no consiste en preferir un lugar por encima del otro, sino en disfrutar de cada lugar mientras eso sea posible y con la mayor elegancia… Quiero transcender mi rutina diaria y obligarme a ser un cazador de lo bello.
Curiosamente él también carece de unos prismáticos como yo cuando era niña y los consigue dando muestra de su forma de afrontar la vida Me compro muy pocas cosas, y solo cuando ha pasado largo tiempo desde que he empezado a necesitarlas, así que cuando por fin las obtengo, estoy predispuesto a usarlas de la forma más idónea para obtener de ellas todo su dulzor. Igualito, igualito que el hombre contemporáneo. ¡Qué gran lección!. En fin una joyita de libro. Voy por la calle escuchando y mirando con mucha más atención, y llevo conmigo unos pequeños binoculares para seguir jugando al escondite con los pájaros. Pero cuidado, también ellos comen y se comen a veces entre ellos; menos mal que está Hitchcock para recordarme que aun entre tanta poesía y belleza siempre asoma un ala negra que puede nublar el cielo con su rapiña.
Termino con una frase de Kierkegaard sacada del prólogo de este libro:
Así hay que mirar exactamente a los pájaros, no con los sentidos divididos y el pensamiento distraído, sino con la atención reconcentrada y recapacitando, y de ser posible, con asombro.