Por primera vez se publican en castellano, y en la revista Hincapié, algunas de las conversaciones del presidente Nixon mantenidas en el Despacho Oval antes, durante y después del asalto al Hotel Watergate que provocaría dos años después la primera dimisión de un presidente de los Estados Unidos. De las 3.000 horas grabadas, solo se han hecho públicas, hasta hoy, 900. Son un material informativo e histórico de primer orden. Desvelan el carácter caimanesco del presidente y la personalidad cercada del hombre que vivía dentro del cargo. Por otra, ponen al descubierto su concepción totalitaria del poder, El abuso y el crimen, como en una tragedia de Shakespeare, son los pilares del ascenso a la presidencia y su progresivo declive. Richard Nixon es el epítome del poder escindido en un Jekyll y un Hyde: cuando la democracia puede ser cooptada desde su interior por sus en teoría guardianes, y se convierte en una tiranía al servicio de una única causa: el César y el poder. La incursión en las oficinas del partido demócrata en el Hotel Watergate de Washington la madrugada del 17 de junio de 1972 llevada a cabo por un grupo pretoriano al servicio directo del presidente Nixon era solo una operación más. Hubo otras muchas. Algunos, con fines mucho más cruentos. El inesperado arresto de siete de los diez asaltantes supondría no solo el principio del fin de Nixon, sino también el desenmascaramiento de una Gestapo al servicio del presidente. Su existencia, confirmada posteriormente por el Comité del Senado y los tribunales, mostraba la debilidad de la democracia frente al poder del Estado en las manos todopoderosas de su presidente. Esta es la historia negra que une la política con el crimen. Todo quedó al descubierto una calurosa noche de junio de 1972. Y terminó un 8 de agosto de hace ahora 50 años con la dimisión de un presidente a punto de ser imputado por numerosos delitos. Esta es la crónica de las oscuridades de la democracia. Un thriller que se adelanta a House of cards o a cualquier ficción, aunque no al trágico crepúsculo incruento y criminal de un Ricardo III o Enrique IV de Shakespeare. He aquí un relato interior. Por sorprendente que parezca de qué lado está el poder.
Noviembre de 1969. La ciudad de Washington tirita de frío y se presta a celebrar las primeras navidades con Richard Nixon como presidente de los Estados Unidos de Norteamérica. En la Casa Blanca reina una atmósfera febril y de trinchera a punto de ser invadida. El 15 de ese mes 500.000 personas rodean la Casa Blanca en la mayor protesta civil contra la guerra en Vietnam. En ese primer año de Nixon han muerto en Vietnam 11.500 soldados norteamericanos. En el país, han muerto 48 jóvenes a manos de la policía en manifestaciones o protestas a lo largo de ese año. El presidente y sus ayudantes creen que Estados Unidos se haya al borde de una revolución insurgente. El mayor enemigo de la todopoderosa Norteamérica y su gobierno está en el interior del país. Para colmo, la prensa comienza a publicar los secretos mejor guardados del gobierno, como el bombardeo secreto de Camboya, nación neutral, sin el conocimiento ni permiso del Congreso. El tenebroso y conspirador asesor del presidente Nixon, Charles Colson, acaba de fichar a un joven muy conservador de 29 años, inteligente y leal a los principios de “ley y orden” del presidente Nixon. Ese joven es Tom Charles Huston. Ha sido contratado para elaborar un plan contra la insurgencia que vive la nación. Ese plan va a marcar el aciago y destructivo futuro del presidente Richard Nixon y todos sus ayudantes hace exactamente 50 años.
Huston elabora un plan encubierto e ilegal para implicar al FBI y la CIA en el espionaje masivo en Estados Unidos de todos los ciudadanos y organizaciones consideradas enemigas del gobierno. Huston sugería la elaboración de pruebas falsas y la captación de comunicaciones e información privada de ciudadanos. Propone campañas de desprestigio y acoso e investigaciones del Fisco con sanciones o veredictos temporalmente falsos. Este último plan tendría como objeto ahogar en gastos jurídicos a los considerados potenciales enemigos.
Un atardecer en la calurosa primavera de 1971. A bordo de la cubierta de proa del yate presidencial Sequoia, Nixon ha invitado a sus ayudantes Haldeman, jefe de gabinete, el secretario de Estado Henry Kissinger y al oscuro y atrevido Charles Colson a disfrutar de un crucero por el rio Potomac, Nixon toma un whisky con soda y luego acompaña la cena con vino, mientras la conversación deriva hacia la oposición política en el interior del país.
Presidente Nixon: Chuck [Colson], tu trabajo consiste en retener el tiempo suficiente a esos locos del Capitolio, mientras Henry [Kissinger] acaba su trabajo en París [las negociaciones de paz de Vietnam]. Luego nosotros llevaremos a cabo la jugada maestra: China, Rusia.
El presidente acaricia el borde del vaso, mientras en la orilla se divisa, con las luces tenues del atardecer, el monumento a George Washington.
Presidente Nixon: algún día los tendremos, los tendremos en el terreno que queremos. entonces, los atraparemos bajo los talones con fuerza y los retorceremos, bien, Chuck ¿bien? […] Haz que muerdan el polvo y písalos, aplástalos, sin piedad.
Aquella tarde noche crepitante de primavera, Nixon encomendó a su escudero Chuck Colson una guerra santa contra el enemigo. “Los que”, como diría el mismo Colson, “no pensaban como nosotros, fuesen cuales fuesen sus motivos, debían ser vencidos”. Las audiencias públicas del Senado por el caso Watergate determinarían que los asesores de Nixon establecieron una lista con 200 ciudadanos considerados enemigos de Nixon a destruir. Figuraban 31 políticos, 56 personas de los medios de comunicación, 53 del mundo de los negocios, 14 líderes sindicales, 22 académicos, y 11 celebridades, entre ellos la actriz Carol Channing, Paul Newman, Barbara Streisand, Gregory Peck, y Steve McQueen.
Han pasado unas semanas después del viaje por el río Potomac. Estamos en un tórrido jueves de casi 30 grados. Es el 17 de junio de 1971 en Washington. En el despacho Oval de la Casa Blanca, el presidente Nixon discute con sus ayudantes la publicación en los principales medios de comunicación de los archivos del Pentágono. Nixon tiene de qué preocuparse. Los documentos hechos públicos abarcan las mentiras, manipulaciones y errores de los presidentes Truman hasta Johnson en la implicación militar en Vietnam. No hay un solo documento relativo al gobierno de Nixon. Pero en las negociaciones de paz en 1968, antes de la campaña electoral que ganaría Nixon, este presionó al presidente de Vietnam del Sur para que no aceptara un acuerdo, prometiéndole más ayuda si él ganaba las elecciones. El presidente Thieu se retiró de las conversaciones y el presidente demócrata Johnson y su candidato sufrieron el descrédito que los llevó a perder las elecciones. Nixon teme que la prensa pueda publicar este descomunal ardid que está alargando la guerra y costando muchas vidas en Vietnam. En esa mañana abrasadora del 17 de junio:
Bob Haldeman: [el Ayudante del presidente Tom Charles] Huston jura por Dios que hay un archivo [elaborado por él y que analiza las maniobras de Nixon para sabotear el alto el fuego en Vietnam en1968] al respecto y que está en el Instituto Brookings [Think Tank de Washington, próximo a los demócratas].
Presidente Nixon: ¿Bob? Bob? ¿Recuerdas el plan de Huston [de allanamientos de hogares y organizaciones como parte de un plan de contra inteligencia en el interior de EEUU]? Ponlo en marcha.
Kissinger: La Brookings no tiene derecho de poseer material clasificado.
Presidente Nixon: Quiero que lo pongas en marcha ¡Maldita sea! Volad su caja fuerte y haceros con esos archivos.
El 30 de junio, delante de Haldeman, John Mitchell, fiscal general de los Estados Unidos – ministro de justicia – j , Henry Kissinger y el portavoz del gobierno Ziegler, el presidente Nixon insiste en el allanamiento del Instituto Brookings, y sugiere contactar con un hombre que participará en el allanamiento un año más tarde del Hotel Watergate, Howard Hunt:
Presidente Nixon: Ellos tienen mucho material. Quiero la Brookings. Quiero que entréis y lo saquéis. ¿Entendido?
Haldeman: Si. Pero es necesario que alguien lo haga.
Presidente Nixon: Es eso de lo que hablo. No lo discutas aquí. Habla con [Howard] Hunt. Quiero la entrada. Quiero que entréis a robarlos. ¡Diablos¡, ¡igual que hacen ellos ! Tienes que entrar a robar, saquear los archivos y traerlos.
Al día siguiente Nixon expresa a su ayudante Haldeman lo ansioso que está no solo por recopilar la mayor información posible sobre sus enemigos, sino la necesidad de crear una pequeña Gestapo al servicio del gobierno, y dentro del gobierno al servicio del presidente:
Presidente Nixon: El FBI nunca se meterá en este tipo de cosas. Ellos no saben cómo manejarlo, Bob. Tengo que hacerme con Huston o alguien rápidamente. Te diré lo que implica. Implica 18 horas al día, implica devoción y dedicación, lealtad y maldad como nunca has visto, Bob. Esta es una gran oportunidad. Quiero rastrear cada maldita filtración. […] Necesito a un hijo de puta como Huston que trabajará hasta desfallecer y con maldad… le daré instrucciones yo mismo, lo presentaré, sé cómo jugar a esto.
El plan para la intrusión en el Instituto Brookings refleja hasta dónde están dispuestos a llegar los servidores de Nixon por cumplir los deseos de su superior. Aquí entran en escena dos personajes centrales. Howard Hunt, ex miembro de la CIA, y partícipe en todos los golpes de Estado que la agencia ha dado en los años 50 en América Latina, y participante también en la fallida invasión de Bahía Cochinos. El otro es un antiguo miembro del FBI expulsado, tan extremista como gregario y estrafalario. Gordon Liddy. Este va a elaborar el plan para allanar el Instituto Brookings. Se trata de poner una bomba incendiaria en el edificio y entrar con un camión de bomberos en el que irían empotrados los miembros que entrarían y sacarían los documentos. El plan fue desechado por inviable. No por el peligro de la explosión. Sino por la dificultad de hacerse con un camión de bomberos que llegara antes que el verdadero y diera tiempo a los asaltantes a revisar con tranquilidad los documentos en el interior de la Brookings.
Gordon Liddy va a tomar un protagonismo creciente. Sus ideas al servicio de combatir a los enemigos del presidente, de igual naturaleza que la del Instituto Brookings, serán bien recibidas. Encarnan la misma personalidad del presidente: atacar siempre al enemigo en vez de esperarle.
Los demonios de Nixon se remontan a mucho antes. Son los del Poder y su viscosa naturaleza. Estamos en el tórrido exterior de un rancho en California a mediados de 1951. Se llama El Charro. En su salón aclimatado, entre copas de bourbon, varios magnates del petróleo en Texas, liderados por Tylor Woodward y William Anderson tienen una idea para desbloquear las licencias de explotación en Texas. Se han fijado en un senador recién elegido. Y van a invertir en él hasta que llegue a lo más alto. Ese senador, al igual que un jovencísimo John Kennedy, es Richard Milhous Nixon. Richard Milhous Nixon subirá a lo más alto del pedregoso organigrama de la nomenklatura en Washington en apenas tres años. Gracias a una campaña sin igual en fondos, Nixon será desde 1953 hasta 1959 el vicepresidente de los Estados Unidos
Como vicepresidente, Nixon conoce las oscuridades de la política gubernamental. Es un fiel partidario del derrocamiento de Castro en Cuba. Tiene más que motivos para deshacerse de Castro. Nixon lleva tiempo recibiendo dinero de Meyer Lavsky, un miembro de la mafia de Florida Nueva Orleans y Las Vegas que explotaba casinos en Cuba bajo el régimen de Batista. Castro le ha echado tras la revolución, haciéndole perder muchos millones de dólares. Nixon, desde su despacho de vicepresidente con Eisenhower, presiona a la CIA para que derroquen el régimen cubano. Es 1959. El plan es invadir el país desde la bahía Cochinos. De ahí las tropas entrenadas por la CIA se adentrarían y conectarían con otros grupos armados hasta hacerse con la isla.
Al ganar Kennedy las elecciones en 1960, ni Eisenhower ni Nixon informan al nuevo presidente del plan encubierto. Así que un año después, la CIA, o los escuadrones entrenados por ella en Florida y Costa Rica, desembarcan en Bahía Cochinos. El desastre es total, y Kennedy, malhumorado por la ocultación – que no por el plan -, se niega a prestar apoyo a los invasores, que son derrotados por el ejército cubano.
La trama cubana no abandonará a Nixon sino hasta ser la causa de su caída. Algunos de los que participaron en el plan de la invasión de Bahía Cochinos, de los intentos por asesinar a castro e incluso indirectamente en la muerte de John Fitzgerald Kennedy son anticastristas cubanos que formarán durante mucho tiempo el secreto grupo pretoriano de Nixon y que serán arrestados en su última operación delictiva: la incursión a las oficinas demócratas en el Hotel Watergate.
De mientras, en la Casa Blanca se ha creado un embrionario grupo para acabar con las filtraciones. David Young y Egil Krogh han sido reclutados por Colson y el ayudante del presidente en política interior John Ehrlichman. Su trabajo será desacreditar a quien ha filtrado los Papeles del Pentágono a la prensa, Daniel Ellsberg. Young y Krogh trabajan en la habitación 16 del edificio ejecutivo en la casa Blanca. El 23 de julio de 1971 tienen su primera reunión operativa. Se les va llamar los “fontaneros” porque su oficina, la 16, es el sótano de la Casa Blanca y porque su misión es hurgar en las cañerías del departamento de Estado, y la Casa Blanca en busca de funcionarios que andan filtrando a los periodistas información comprometida.
En esa oficina 16, Young y Krogh firman el 11 de agosto un plan parecido al de la Brookings, aunque menos expeditivo: entrar ilegalmente en el despacho del psicoanalista de Daniel Ellsberg en Beverly Hills, California. En ese despacho 16, Hunt y Liddy recibieron la aprobación al plan y el dinero para pagar a los mismos miembros cubanos que un año después entrarían en el Hotel Watergate.
Todo está por llegar. El presidente Nixon espera en las torretas de la Casa Blanca. Quiere resultados. Espera noticias de sus ejércitos clandestinos. No ha dado órdenes directas a ninguno de ellos. Pero ellos cumplen sus más primarios deseos. La victoria total. “La ley y orden” de la que habla el presidente tiene un rostro extremadamente oscuro. Todo está por llegar. La República vive desprevenida. La sociedad, polarizada y absorta en la sangrante pérdida de soldados en Vietnam, vive con la duda del significado de los valores de su propia vida. Y Watergate está condenado a suceder. Con él, va a caer todo el sistema.
Esta serie de crónicas se ha elaborado a partir de los siguientes libros:
Watergate. A New History. Garrett M. Graff. Avid Reader Press, 2023.
Abuse Of Power. The New Nixon Tapes. Stanley I. Kutler. Free Press, 1997.
Nixon. La Arrogancia del Poder. Anthony Summers y Robbin Swan. Traducido por Inma Gutiérrez. Atalaya, 2015.
The Great Cover Up: Nixon and The Scandal Of Watergate. Barry Sussman. Plume and Meridian Books, 1974; Seven Locks Press, 1992.
Retratos de Watergate. Mary McCarthy. Anagrama, 1974. Traducción de Antonio Sesmonte
Para saber más:
Watergate: Historia de un abuso de poder. Víctor Alba. Ediciones Nauta 1974.
El escándalo Watergate. Bob Woodward y Carl Bernstein. Editorial Euros, 1974. Traducción de Joaquín Ortega Adsuar.
Los días finales. Carl Bernstein y Bob Woodward. Traducción de Iris Martínez. Argos Vergara 1977.